Por Misraim Olea Echeverría
En 1994 se realizó en México el primer debate entre aspirantes a la presidencia de la República, por primera vez las y los mexicanos verían cuestionadas los proyectos de nación que sus candidatos pregonaban por el país.
Aunque en ese momento había una candidata y 6 candidatos, sólo Diego Fernández de Cevallos, Cuauhtémoc Cárdenas Solorzano y Ernesto Zedillo Ponce de León fueron convocados por la Cámara Nacional de la Industria de Radio y Televisión, organizadores de este histórico evento.
Estados Unidos realizó su primer debate televisado 34 años antes, en él participaron Richard Nixon y John F. Kennedy, los expertos señalan que este debate fue fundamental para que Kennedy ganara la presidencia.
En nuestro país ha habido 10 debates presidenciales, López Obrador faltó a uno en el proceso electoral de 2006, lo que resultó en números negativos y disminución en la preferencia.
Hay un amplio porcentaje de personas que ven los debates para decidir su voto, ya que en estos eventos se conocen las ideas, los proyectos y las capacidades de las y los candidatos. Los debates obligan a quienes aspiran a gobernar a prepararse.
La agilidad mental es importante, porque no solo se vierten propuestas, se defienden y fundamentan las ideas que llegan a ser cuestionadas por los oponentes. En el debate gana el que convence, quien propone y atrae con sus argumentos.
Algunos candidatos señalan que el diálogo debe de ser con el pueblo, directo, pero no hay nada más falaz que eso. En los mítines sólo hablan quienes están en el presidium, los candidatos y uno que otro improvisado, el pueblo sólo escucha, no es escuchado; el soliloquio ni se debate ni se cuestiona, se toma como verdad.
Para ganar un debate hay que defender las ideas, presentar los mejores proyectos, diferenciarse de los oponentes y destacar; pero sobre todo, para ganar un debate hay que estar.
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