Médula| Los verdaderos invisibles

Por Jesús Lépez Ochoa

A nadie le importa si son ciudadanos o «ciudadanes». Ni siquiera parecen tener derechos. Al menos los más básicos a la alimentación y la salud están muy lejos de su alcance.

Es más, jamás se ve una política pública de gran impacto ni federal, ni estatal, ni municipal para mitigar un poco su situación, la más precaria e inhumana que pueda existir.

Tampoco se discuten nunca ni en el Congreso de la Unión, el del Estado de Guerrero, o el Cabildo de Acapulco iniciativas o propuestas en su favor.

No hay organizaciones sociales, colectivos o colectivas que se manifiesten por su causa. Su indefensión es tal que ni ellos mismos pueden hacerlo.

Los pocos organismos existentes para atenderlos nada alcanzan a hacer por ellos. Su prioridad es la foto entregando cosas a otras personas, pobres, sí, pero no tanto como estas.

Ellos son los parias, los olvidados, los que poco interesan a una sociedad indiferente ocupada en debatir asuntos «más importantes» como la política, y la visibilización de otro tipo de «problemas» mientras los verdaderos invisibles caminan entre nosotros todos los días inhalando pegamento, tomando chinicuil o simplemente paseando sus enfermedades mentales y físicas por las calles.

Otros son abandonados en hospitales públicos por sus avanzados años y enfermedades de los que sus familias no pueden o no quieren hacerse cargo

¿Para qué cargar con un ser humano sí se le puede abandonar a su suerte, a sus años, a sus vicios, a sus enfermedades, a su invisibilidad social?

¿Para qué si es más importante la contienda diaria entre oficialistas y conservadores, entre feministas y machistas? ¿Para qué perder tiempo en hablar sobre ellos cuando estamos en plena discusión para decidir si decimos compañero o compañere?

¿Qué importancia pueden tener ante estos «grandes temas» los seres humanos que sobreviven en condiciones inhumanas?

Gente que solo algunos pares de ojos y manos como los de la señora María del Rosario de Bajos del Ejido o Gustavo Teliz ven y ayudan en sus albergues en los que cobijan a esos seres humanos desechados por esa sociedad egoísta y distraída en frivolidades que echa perros, gatos, ¡y personas!, a la calle.

Si no podemos avanzar en detener este cruel abandono, ¿cómo hacerlo en temas tan «profundos» como decidir qué vocal debe ir al final de una palabra?

Hace falta activismo y mucho altruismo a favor de los verdaderos invisibles. El alma de quienes los vemos y nada hacemos por ellos, también viste de harapos.

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