Médula| El humeante negocio de la muerte

Por Jesús Lépez Ochoa

Una de las cosas más difíciles hace tres años que dejé de fumar era entrar en cualquier tienda de conveniencia y enfrentarme a un verdadero tapiz de cajetillas de todas las marcas existentes de cigarros justo frente a mí cuando me disponía a pagar otros artículos.

Por eso opté por dejar de acudir a esas tiendas por casi un mes, hasta que un día pasé “la prueba del Oxxo”, como llamé al hecho de realizar mis compras de otros productos y lograr salir del establecimiento sin comprar cigarros.

Antes de tomar la decisión de dejar de matarme y matar a otras personas con el humo al que era adicto desde la adolescencia yo era incapaz de salir de una tienda sin adquirir una cajetilla, aunque tuviera una en la bolsa del pantalón, otra en la guantera del automóvil y una más en casa.

Me aterraba quedarme sin cigarros.

Por eso reconozco la nueva legislación en materia de Salud que ordenó dejar de exhibir invitaciones a la muerte al abrir las puertas de cualquier tienda.

Si creen que exagero, datos oficiales del sector Salud afirman que en 2017 en Guerrero murieron más de mil 600 personas por enfermedades asociadas al tabaquismo. El estado cerró el año 2022 con mil 360 homicidios dolosos. Matan más gentes los cigarrillos que las balas.

Algunos empresarios condenan los asesinatos a balazos, pero defienden el asesinato colectivo de quienes son obligados a respirar humo de cigarro, llorándole no a las víctimas inocentes, sino al dinero que prevén perder.

Y lo creen por ignorancia porque en 2008 el Consejo Nacional para Prevenir las Adicciones afirmó con base en estudios científicos que en los países o estados que implementan leyes cien por ciento libres de humo de tabaco no afectan la economía de las empresas del sector de alimentos y bebidas.

Tratándose de drogas legales o ilegales es una gran tontería expresar que la gente consume por su propia voluntad, porque lo primero que se pierde con una adicción, es precisamente la voluntad.

El consumidor de cigarros se convierte en suicida involuntario, y en asesino involuntario de otras personas a las que expone a respirar 22 sustancias tóxicas que pueden enfermarlas hasta matarlas.

Suena duro, pero es la verdad. Quien defiende a una industria que mata a millones de personas cada año para obtener ganancias estimadas en miles de millones de dólares, y que genera también millones de enfermos que gastan igualmente miles de millones de dólares en costosos tratamientos, no defiende la vida, sino el negocio de la muerte. Ojalá se siga legislando y aplicando acciones al respecto.

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