Por Jesús Lépez Ochoa
Es imposible no recordar a Mikhail Bakunin al leer el editorial del órgano de difusión de la Conferencia del Episcopado Mexicano “Desde la fe” en el que destaca “el reconocimiento del liderazgo del papa Francisco en el pueblo mexicano”, luego que las aspirantes presidenciales de derecha e izquierda se reunieron por separado con él.
Desde el posicionamiento de los representantes del catolicismo en nuestro país, las reuniones con Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum con Jorge Mario Bergoglio, nombre de pila del jefe del Estado Vaticano, así como los encuentros de obispos con líderes criminales de Guerrero fueron sorpresivos. Es decir, no los esperaban.
Lo cual, al menos en lo que respecta a Guerrero no es algo creíble, ya que recientemente el párroco de Chilpancingo, José Filiberto Velázquez Florencio, presumió que los obispos de Guerrero no fracasaron al intentar que los grupos delictivos pactaran una tregua a finales de 2023, “tras realizar una visita al papa Francisco”, se lee en diferentes notas periodísticas.
También me atrevo a dudar que lo que estamos presenciando sea solamente la vocación de la iglesia a pregonar “el bien, la paz y la verdad”, como se afirma en el texto eclesiástico. Y no, no es por “desvirtuar” los esfuerzos pacificadores de los obispos, por cierto, muy anteriores al gobierno de Evelyn Salgado.
Sino porque por el antecedente de que la interacción de los religiosos con los criminales ha incluido actos que sugieren una cercanía no muy espiritual que digamos, como el regalo hecho al obispo Salvador Rangel Mendoza en el 2017 por un líder de la delincuencia, y que incluía un báculo y un pectoral de plata, además de un anillo con piedras preciosas.
Estos regalos simbolizan no solo un vínculo personal, sino también una forma de agradecimiento por las misas oficiadas y, posiblemente, por el apoyo moral o la mediación del obispo en asuntos relacionados con el grupo criminal.
Para que la mediación sea creíble, debe ser gratuita.
Otro incidente que resalta la tensión inherente a esta relación ocurrió en 2018, cuando dos sacerdotes de la diócesis fueron asesinados tras asistir a una fiesta con integrantes de la delincuencia organizada.
En la fiesta, se exhibieron fotografías de los sacerdotes con armas de fuego pertenecientes a los narcotraficantes, lo que provocó una fuerte reacción pública y cuestionamientos sobre la naturaleza de las interacciones entre ciertos sectores de la Iglesia y los grupos criminales.
Aunque el obispo Rangel defendió a los sacerdotes, argumentando que la presencia de uno de ellos en dicha situación no implicaba complicidad con la delincuencia organizada, este evento subraya la delicada posición en la que se encuentra la Iglesia en regiones afectadas por el narcotráfico y la violencia.
En conjunto, estos ejemplos evidencian una relación ambigua, en la cual, por un lado, se busca promover la paz y la reconciliación, y por otro, se corre el riesgo de legitimar o normalizar la influencia y las acciones de los grupos criminales en la comunidad y en el territorio que controlan.
Y hasta se corre el riesgo de que bajo el estandarte de agentes de la paz los curas puedan convertirse en instrumentos de la comunicación política de las organizaciones delictivas al construir mediante la difusión de sus reuniones un marco de sentido a la idea de Estado fallido de cara al inicio de las campañas presidenciales.
Esto, en un estado gobernado por Morena pero en el cual la inmensa mayoría de sus habitantes, 2 millones 845 mil 506 personas, según el INEGI, son católicos, como lo son el 99 por ciento de los mexicanos.
Esa gran influencia en la población es el seguro motivo por el cual tanto Claudia como Xóchitl fueron a ver al papa, reconociéndole su liderazgo en México.
Llama la atención que, en estados gobernados por el PAN, como es el caso de Guanajuato que encabezó la lista de homicidios en 2023 y hasta enero de 2024 la iglesia católica no busque la paz reuniéndose con los líderes delincuenciales de allá, o al menos, los prelados de ese estado no parecen tener interés en hacerlo público ante los medios de comunicación.
Carl von Clausewitz dijo que la guerra es un instrumento de la política, y sabemos que algunos papas como Julio II, contemporáneo de Nicolás Maquiavelo, no dudaron en empuñar la espada y conquistar territorios. El Vaticano que es Estado desde 1929, no es ajeno a la política, con todo lo que su práctica implica.
“¿Y qué hay de más brutalmente materialista que la práctica constante de esa misma iglesia desde el siglo octavo, cuando comenzó a constituirse como potencia? ¿Cuál ha sido y cuál es aún el objeto principal de todos sus litigios contra los soberanos de Europa? Los bienes temporales, las rentas de la iglesia, primero, y luego la potencia temporal, los privilegios políticos de la iglesia”, escribió Mikhail Bakunin en su obra “Dios y el Estado”, publicada en 1871.
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