Por Marco Antonio Adame Meza
Hace unos días se presentó en Acapulco la Estrategia Nacional de Cultura Cívica 2024-2026, la ENCIVICA, coordinada por el INE. Se trata de una herramienta de planeación de políticas públicas que establece directrices, programas y estrategias conformadas por acciones orientadas al fortalecimiento de la educación cívica en México. El evento, coordinado por el órgano electoral nacional en colaboración con el IEPCGro, centró su actividad en este valioso producto, del cual derivaron diversas reflexiones.
En principio, es importante señalar que se trata de un trabajo de continuidad, diseñado inicialmente en 2017 con alcances hasta 2023, promovido por el órgano electoral frente a una realidad: la «debilidad de la cultura democrática de las y los mexicanos en términos de su alejamiento de los asuntos públicos», es decir, la desafección, el distanciamiento de la ciudadanía y el desinterés.
Es importante mencionar que esta proyección de políticas públicas parte de evidencia objetiva, de estudios demoscópicos que dibujan una radiografía general de la ciudadanía en México, lo que piensa, reflexiona y actúa el ciudadano promedio, todo ello plasmado en un documento denominado Informe País.
En ese sentido, la ENCIVICA 2024-2026 también se fundamenta en un escenario especial, en hallazgos relevantes. En este artículo destacaré algunos datos que sobresalen y que fundamentan la Estrategia Nacional de Cultura Cívica.
De acuerdo con el más reciente estudio: «la mayor debilidad democrática en México es la baja calidad de la representación política». Es decir, la distancia entre la ciudadanía y sus representantes, pasando por sus partidos políticos. La ciudadanía mexicana tiene vínculos reducidos con los actores políticos.
En los hallazgos, también se destaca la presencia de actitudes adversas a la cultura democrática, tales como la discriminación, la intolerancia y algunas prácticas electorales coercitivas.
En contraste, también hay noticias alentadoras: desde 2017, en México se ha presentado un crecimiento en la satisfacción de la ciudadanía con la democracia. Por ejemplo, más del 80.5% considera que el voto es un instrumento para la mejora de los gobiernos. Esto significa que un amplio porcentaje de la ciudadanía en México considera que los procesos electorales tienen repercusiones positivas y que, a través de ellos, pueden incidir.
Sin embargo, como se hace evidente, «existe un cuarto de la población (incluidos cortes por sexo y grupos de edad) que considera no tener los conocimientos ni habilidades que les permitan participar en actividades políticas del país». Es decir, más allá de los procesos electorales, los mecanismos de participación ciudadana no han logrado promover una actividad productiva y proactiva del ciudadano y ciudadana en México.
Por otro lado, aunque existe en general una percepción de mayor afección por la democracia, cuando se desmenuza la información, se visualiza que hay una mayor desconfianza hacia la democracia en la población joven, pues las personas de 20 a 29 años presentan el porcentaje (49%) más elevado de insatisfacción. Es un dato importante, porque las estrategias y acciones de cultura cívica deben poner énfasis en la promoción de la democracia entre las juventudes.
Esto se refuerza con un dato relevante en la investigación: la niñez y la juventud mexicanas van perdiendo información y contenido sobre temas vinculados a la democracia, su sistema político, el compromiso con la justicia y el apego a la legalidad conforme incrementan sus grados académicos. Según los datos del estudio, un infante de segundo grado de primaria tiene más conocimiento de estos temas (57%) que un joven de secundaria (37.4%).
A propósito de esto, hace unos días fui espectador del concurso municipal de oratoria, organizado por el municipio de Acapulco. La ganadora de la gesta de la palabra, Ana Karen García, estudiante del IIEPA IMA UAGro, promovió en su intervención la participación política de las y los jóvenes. Su argumento central expresaba que en todos los procesos históricos las juventudes han estado presentes y que su impulso, dinamismo y actitud férrea han significado un motor de desarrollo.
En ese sentido, resulta un foco amarillo que las juventudes en México expresen desmotivación por la democracia, por sus instituciones y distanciamiento hacia los actores políticos principales. Valdría la pena revisar las estrategias, pero también la forma de hacer política que, en lugar de incentivar a las juventudes, las aleja.
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