Por Marco Antonio Adame Meza.
La docencia, es una de las prácticas más complejas. Lo es porque para ejercerla es importante tener un conocimiento especializado sobre alguna de las diversas áreas del conocimiento, tener facilidad para compartir esa información, hacerlo de una forma comprometida, utilizando los recursos pedagógicos adecuados y mantener una dinámica de permanente actualización. Nada distinto al resto de las profesiones, podríamos decir.
Pero además de todo ello, existe un requisito mayor, uno fundamental, uno que hace incluso la diferencia y que le da, a la labor docente, un sentido amplio. Ese valor agregado tiene que ver con que un docente no deja de serlo cuando sale del aula. Pues para enseñar, primero hay que aprender, y para aprender y enseñar, primero hay que ser.
Esa es la complejidad: ser. De ahí que la tradiciónclásica ponga énfasis en las fortalezas individuales de sus ciudadanos y ciudadanas, las virtudes, como elemento básico para actuar en el ámbito público. Sin embargo, ninguna de ellas se adquiere por generación espontánea, y son resultados de convicciones, de la fuerza de la costumbre que se transforma en hábito y finalmente en un rasgo del proceder.
Esa tradición clásica también le otorgaba al docente un valor relevante. La palabra magisterio, en latín,expresa esa intención. El magister es el grande, el más, el mayor, el de un sentido amplio. A diferencia del vocablo ministro, por ejemplo, muy utilizado en algunos países para referirse a un cargo relevante en el servicio público, y sin embargo la palabra refiere al “minus”, el menos, el pequeño, el de menor valor.
Y es que la educación es ese espacio relevante,magno, pues muchos de nuestras y nuestros docentesejercen una labor de mayor importancia que cualquiera de las y los funcionarios públicos más encumbrados. Y eso es así, porque la modesta profesora y el humilde profesor, tienen en sus manos el bien más preciado detoda sociedad: la educación y los sueños de las infancias y las juventudes, y son capaces con su ejemplo y enseñanza de influir de manera positiva y de transformar la vida de sus estudiantes.
Profesor también es una palabra que lo dice todo, profiteri, que refiere a manifestar de manera abierta, no solamente las ideas, también abiertamente un compromiso. Quizá por eso, la palabra profesor apuntale al concepto profesiones, en genérico para todas las otras labores, sin embargo, la acción misma del profesor trasciende al concepto de la profesión, pues se transforma en algo más cuando se hace desde la vocación, es una forma de vida.
Estos días ha resonado con mayor fuerza este pensamiento en mis reflexiones. Ha sido así porque recientemente recibimos, en el IIEPA IMA UAGro, a la maestra emérita Alejandra Cárdenas, en el contexto de la presentación del libro biográfico elaborado por la Dra. Rosa Icela Ojeda Rivera “Ale: guerrillera, feminista y maestra emérita”, un libro en el que se presenta la trayectoria académica, profesional y personal de la profesora jubilada de la Universidad. En sus capítulos, el lector percibe la dimensión de la persona, su compromiso con profundo sentido social, cercano a sus estudiantes, su vocación por la enseñanza, el apostolado y la dignidad para ejercer la docencia, el sentido amplio de la ética en su actuar yla congruencia con sus ideales.
La labor docente exige esa responsabilidad. Y cuando existe esa combinación, el o la docente se transforman inevitablemente en un referente, en un ejemplo.
El día de ayer nos enteramos de la noticia del fallecimiento del Maestro Universitario Rafael Trejo Moreno, también una institución de la docencia, un profesor en el sentido amplio de la palabra. Quienes se refieren a él, las y los muchos estudiantes que le conocieron, dan cuenta de su labor en el aula, pero también del esfuerzo y de aquello que les dejó. En muchos momentos, conversando, me he encontrado con frases como: “este libro me lo recomendó el Mtro. Trejo”, “a mí me gustó la lectura porque en sus clases nos habló de esta obra”, “lo que sé respecto a este tema me lo dijo el profesor”. Y bastaba también observarlo en su compromiso social, desde el ejercicio de la palabra, para darse cuenta que sus convicciones iban más allá de sus horas frente a grupo.
Por estas dos experiencias, que contrastan en una semana, no dejo de pensarlas con la práctica que realizo en mi labor universitaria. Cuando pienso en el compromiso que como universitario debo exigirme, pienso en quienes dignamente han ejercido y ejercen la labor docente y que han influido en mí: en quienes siguen dando clases, en quienes dignamente y de manera merecida reciben honores y en quienes ya se han adelantado en el camino.
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