
Por Marco Antonio Adame Meza.
Los desafíos frente al fenómeno de la violencia son complejos, en ocasiones parece que escalan de forma desenfrenada y aunque hay esfuerzos institucionales claramente definidos e iniciativas gubernamentales y de la sociedad civil organizada para aminorarlos, a veces, parece que se recrudecen a niveles francamente desalentadores.
Hace unos días, las nuevas noticias nos hicieron reflexionar sobre la realidad social en que vivimos: una comunidad sitiada, asediada por fuerzas criminales dejando en vulnerabilidad a una ciudadanía expuesta en situación de guerra. Como siempre, la realidad supera la imaginación y en estos temas, parece que no acabamos de tocar fondo.
Desde las ciencias sociales, en los últimos años, en diversas investigaciones ha resonado el concepto de Estado fallido, Estados débiles o frágiles. Este concepto se utiliza para referirse a una circunstancia en la que se ha perdido la capacidad de ejercer control territorial, a través del monopolio legítimo de la fuerza, como definió Max Weber, garantizando uno de los servicios básicos de la ciudadanía como la seguridad. Esta circunstancia es el resultado del desafío a las instituciones públicas por parte de organizaciones criminales que reclaman también el control y aspiran al ejercicio de la fuerza. Este control por el poder es lo que está en el fondo de esta trama.
Las características de estos casos, se centran en la pérdida de autoridad territorial, debilidad institucional, el colapso de las economías, los índices de corrupción y desplazamiento de personas.
Es importante subrayar que no se trata de un concepto que señala exclusivamente a un gobierno o a una administración, se trata de uno que abarca específicamente todas las aristas del Estado; ese sistema que incluye normas, instituciones, órdenes de gobierno, niveles de gobierno y el elemento humano de la ciudadanía. A ese entramado se le adjetiva la fragilidad.
Recuperar la fortaleza del Estado, retomar su esencia, es una labor basta y compleja. Lo es porque al ser una crisis de amplia dimensión, el asunto va más allá de las normas, de los gobiernos, las instituciones públicas o las organizaciones civiles, la ciudadanía en general; esta apuesta involucra a todos los ámbitos o elementos de una sociedad, de una forma conjunta y coordinada, partiendo de las voluntades individuales.
En definitiva, se trata de una apuesta de largo plazo, en la que siempre debe existir una visión local de los problemas. En cualquier versión, parece que las claves que han encontrado otras sociedades que han librado desafíos similares es poner énfasis en el fortalecimiento institucional, en la seguridad, en el estímulo a la economía y el desarrollo sostenible, en el combate a la corrupción, en promover la participación política y democrática en la ciudadanía y en generar, de forma ordenada, la reconciliación social.
Este concepto es clave, porque cualquier apuesta por la construcción de paz, debe convocar a la reconciliación, es decir, regresar a la armonía, renovar lo desunido, volver a conciliar. Pero “vigílate a ti mismo cuando hables de paz” dice Luis García Montero en un poema, y esa referencia supone que la armonía se promueve desde la individualidad a lo colectivo, es la suma de disposiciones particulares para volver a conciliar.
Cuando hablamos de estados fallidos, al referirnos a estos desafíos complejos y profundos, en el fondotambién hablamos de individuos que, de alguna manera, también han fallado en su convivencia social.
Déjanos tu comentario