Por Marco Antonio Adame Meza.
“La chingada” es un término incorporado a la identidad mexicana. Está vinculado a la historia colonial, de dominación y sincretismo cultural. Octavio Paz, en su obra “El laberinto de la soledad” publicado en 1950, compartió que el concepto “chingar”, es una expresión de violencia y agresión que define una relación de dominación, un acto literal y simbólico referido a laviolación.
Por esa explicación, en diversas conferencias, escuché decir a Salvador Martínez della Rocca, “El Pino”: – voy a hablar como premio nobel – a manera de disculpa para inmediatamente aludir o expresar alguna de las locuciones de la jerga: Chingar. Que se utiliza igual para una advertencia “te vas a chingar”, una admiración “a que la chingada”, una interrogante o unaduda “Que changado es esto”, una indicación o un mandato “” vaya usted mucho muy lejos”.
En los últimos meses, el concepto ha estado presente porque, da la casualidad que la finca de retiro del ex presidente Andrés Manuel López Obrador, se llama: La chingada.
El juego de palabras está a la vista, los recursos literales y en sentido figurado de referiste a que el ex mandatario, después de su ejercicio de gobierno, se retiraría completamente de la vida pública y se iría a la chingada, se utilizaron en muchas ocasiones con picardía, con sarcasmo, con duda e incredulidad.
Sin embargo, parece que sí. En lo que va del tiempo su ausencia pública ha sido notoria y parece que efectivamente, también está en su finca.
Andrés Manuel fue un presidente con un profundo respaldo popular, con un gran poder político y liderazgo social; y en la historia reciente de México, estos liderazgos fuertes tienden a gestionar con dificultad su salida del poder, la falta de reflectores. Por eso los dichos bien dichos, de que “el año másdifícil de un presidente es el séptimo año de su gobierno” refiriéndose a ese trance de desprendimiento del poder. Por eso también muchas son los ejemplos de líderes (ex presidentes, ex gobernadores, ex, ex, ex) que tratan de mantener un control político vía remota con sus sucesores. Una tradición o inercia política que, desde mi punto de vista, fragiliza todavía más a las instituciones, erosiona a las autoridades y vulnera el respeto a las leyes y a los procesos democráticos, pues como apuntó Samuel Huntington (1991) “En los sistemas democráticos frágiles, los líderes salientes a menudo tratan de establecer mecanismos para conservar su poder informalmente” y que también, como lo expresó Max Weber (1922) “El líder carismático se define por una devoción extraordinaria hacia su figura, lo que le permite mantener su influencia más allá del cargo institucional.»
El ejemplo histórico con mayor resonancia, es el episodio que dio fin a “el Maximato”, el periodo en el que Plutarco Elías Calles ejerció poder sobre presidentes que le sucedieron, asumiéndose como el jefe máximo, controlando decisiones públicas, nombramientos y posicionamiento de gobierno. Este episodio fue concluido, con profunda habilidad política, por el general Lázaro Cárdenas, que afianzó su poder, para después, quizá por esta preocupación, impulsar un modelo de sucesiones con reglas, escritas y no escritas, que disminuyera los riesgos de esta impronta.
Los liderazgos, como el de Andrés Manuel, también educan, pues desde el ejemplo generan inercias que, positivas o no, se quedan en la práctica, en los usos, y si se mantiene de generación en generación, también en las costumbres.
De seguir esta tendencia, Andrés Manuel también estará dando un mensaje a la política mexicana, a sus usos, sobre el desprendimiento del poder, sobre su ejercicio del servicio como vocación, con una concepción de la política como un mecanismo público que se ejerce desde el compromiso, pero con desapego, porque no nos pertenece en lo individual, si en lo colectivo. Pues lo público es de todas y todos.
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