Opinión| Entre la ilusión y la esperanza

Por Marco Antonio Adame Meza.

Se escucha con frecuencia. Lo mismo puede ser percibido en pasillos de oficinas gubernamentales, en instituciones públicas, en medios de comunicación, en opiniones y hasta en redes sociales. Se utiliza con recurrencia como sinónimo de cualquier acción de gobierno. Y cada cierto tiempo, en informes y en boletines se dispone, siempre con un aire de solemnidad, del concepto de políticas públicas.

Ahora, pareciera que hay muchas, que los gobiernos emplean como una práctica habitual en sus decisiones a las políticas públicas. Sin embargo, se trata de una especie de ilusión. Pues las políticas públicas son un conjunto de acciones tomadas para resolver problemas, pero también son el resultado de un proceso, es decir, de una serie de pasos que tienen una lógica racional (Aguilar, 1992). Las políticas públicas también consideran los elementos políticos de un problema, pero además y, sobre todo, los matices técnicos. 

Las acciones de gobierno, por el contrario, son operaciones menos estructuradas, con menor planificación por lo que se trata de una práctica de mayor cotidianidad. Más vinculada a las decisiones del día a día, sujetas muchas veces a las coyunturas, a la agenda del momento.

Sin embargo, como se comentaba al principio, es frecuente escuchar el anuncio de acciones de gobierno vestidas de políticas públicas. Quizá porque de esa forma, se robustecen las acciones, se trata de presentarlas como definiciones respaldadas en análisis, estudios previos, diagnósticos y hasta con claridad en objetivos basados en modificar indicadores claves en la resolución de un desafío público. Si fuera así, tendríamos avances significativos en la agenda pública por parte de los gobiernos, pero la lista persiste, y se agudiza todos los días. 

En la novela “La fiesta del Chivo”, Mario Vargas Llosa(2000), describe el contexto de un pueblo, República Dominicana, sumergido en el miedo, producto de la corrupción de sus gobernantes, en una generalizada violencia por un Estado que no resuelve, sino que controla y reprime. “El régimen lo había podrido todo: las instituciones, las conciencias, las familias”, Reflexiona Urania, la hija del político Agustín Cabral, cuando regresa a Santo Domingo y observa los estragos. Una reflexión que trasciende a la narrativa de una de las novelas más potentes del autor latinoamericano, premio nobel de literatura, fallecido hace unos días, dejando a sus lectores en la orfandad. 

En definitiva, entonces parece que las políticas públicas continúan siendo una aspiración. Ojalá, en un acto de fe, sean cada vez más una cotidianidad en los gobiernos, pero lastimosamente vemos decisionessueltas, improvisación y falta de claridad.

Hay una cosa más. En la portada de la novela de Mario Vargas Llosa, se proyecta un fresco medieval, que tiene por título: “Alegoría del mal gobierno”, un fresco de los hermanos Lorenzetti. Más allá de los elementos de la tradición eclesiástica, el mal gobernante se presenta con una mirada perdida, desorientado y sin claridad. El rostro de una persona que, obnubilado por el poder, pierde toda lógica para observar una ficción, de la que lamentablemente es protagonista.    

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