Por Oscar Basave Hernández
El informe presidencial pasó de nueva cuenta desatendido. Lo que antes, durante mucho tiempo significó el Día del Presidente, se convirtió en un día cualquiera. No obstante, que al inicio de su periodo presidencial Andrés Manuel López Obrador tuvo la ocurrencia de señalar que los informes los daría directamente al pueblo y no frente al Congreso de la Unión, esto tuvo repercusiones por su constante exposición mediática, porque finalmente se marcó el desinterés de la gente hacia el informe presidencial que se daba cada año.
Quién que no sea mayor de los 40 años no recuerda que era un día que se otorgaba a los funcionarios y trabajadores gubernamentales, que se instalaban aparatos televisores en espacios públicos y las estaciones de radio transmitían el mensaje presidencial. E inmediatamente de concluido la búsqueda de las reacciones no se hacían esperar, tanto por el informe como por las réplicas que se daban de parte de los representantes de las facciones legislativas.
La reconfiguración política que se registró en México a partir de las elecciones presidenciales de 1988 conllevó que el ritual del informe cambiara. Hasta ese momento el presidente era el dueño de las carreras de los políticos y de los cargos que se asumían, salvo en ese momento de las curules que ganaron los integrantes de la oposición izquierdista, que como en este caso encabezó Porfirio Muñoz Ledo que participó en las doce interrupciones que hicieron los legisladores de oposición al informe de Miguel de la Madrid Hurtado, quienes gritaban “fraude electoral”. Otra interpelación protagonizada por el mismo Muñoz Ledo fue el 1 de septiembre de 1997 a Ernesto Zedillo Ponce de León.
El día del ritual de la adoración presidencial terminó. Así que hizo una reforma legal en el 2008 en que el presidente no está obligado a ir al Congreso a presentar su informe, sino enviarlo a través del secretario de Gobernación. Esto se justificaba porque desde Zedillo hasta Enrique Peña Nieto, los presidentes de México dejaron de tener mayoría en el Poder Legislativo.
Sin embargo, López Obrador a pesar de contar con la mayoría no se anima a asistir a rendir el informe ante el Poder Legislativo.
Como titular del Poder Ejecutivo Andrés Manuel López Obrador se considera la personificación del pueblo, por lo tanto el resto de los represenantes, es decir los legisladores no lo son. De tal manera que rinde mensajes presidenciales como si fueran el informe que guarda la administración pública.
Informar sobre el estado que guarda la administración pública ante el Poder Legislativo tiene que ver con la vigilancia que esta instancia debe realizar de otro poder, que se supone bajo las características de supervisar qué se realizó, cómo se realizó y los resultados obtenidos.
De parte del gobierno siempre habrá propaganda política, que es aquella que se nos receta constantemente sobre los grandes resultados y beneficios de la administración federal, sin embargo en el Congreso el análisis debe provenir de indicadores y de cotejos informados y no producto de la emoción del respaldo.
Es a esta condición de vigilancia del Poder Ejecutivo el espíritu del Poder Legislativo que se legitima como contrapeso y freno.
Pero lo que se sigue practicando en el país es precisamente el ritual de adoración presidencial.
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