Opinión| El miedo a la elección popular y a las mayorías

Por Marco Antonio Adame Meza

En realidad, sí es un verdadero desafío por el que cursará México durante los próximos meses. Mucho se ha discutido ya sobre la reforma al poder judicial y el mecanismo de selección para elegir a jueces y ministros.

Entre el debate, algunas voces han expresado desconfianza sobre la sensatez o no de la expresión de la ciudadanía. Esta desconfianza es de origen a la democracia, pues desde las experiencias históricas las voces que sostenían el temor de que un pueblo, no instruido, participara en decisiones públicas fue permanente. De hecho, muchas de las voces de mayor resonancia del pensamiento antiguo (Platón, Aristóteles, Polibio, Cicerón), descalifican a la democracia por ese argumento.

Ya en épocas modernas, ese temor ha estado presente en cualquier intento de que los procedimientos democráticos se instalen o se amplíen. Una muestra es que el procedimiento de voto indirecto en Estados Unidos de Norteamérica, responde a esas mismas preocupaciones. Qué se hará si el pueblo no sabe decidir o no decide bien. Para ello entonces, un mecanismo de representantes (compromisarios) que pudieran, en última instancia, corregir este riesgo de la mala elección popular.

En definitiva, si recorremos cualquier época histórica que transitó por un cambio que incorpore una mayor participación de las personas en las decisiones públicas, encontraremos el mismo temor, la misma preocupación, las mismas interrogantes, ¿Estaremos preparados?, ¿sabremos tomar las decisiones?

En ese sentido, cabe destacar que mucho se ha postulado, de que los problemas de la democracia se resuelven con más democracia (Alain Touraine) por lo que siempre que existe una propuesta que convoque a una mayor participación e involucramiento de las personas en la vida pública parece, en principio, loable. 

No pretendo con esto, pronunciar un posicionamiento a favor o en contra de la elección de jueces y ministros en México, pero si advertir que el debate en torno a la viabilidad de la elección popular ha sido frecuente. En algunos momentos históricos impulsar mayores mecanismos de democracia directa ha resultado en verdaderas innovaciones, y en otros casos esas innovaciones han tenido que pasar por un reajuste. En cualquier versión, saber si estamos preparados para ello, sólo se despejará en la experiencia práctica.  

Del otro lado de la moneda, frente a la participación popular está también el miedo al avasallamiento de las mayorías. Alexis de Tocqueville y John Stuart Mill en sus respectivas obras, “la democracia en América” y“sobre la libertad”, apuntan al riesgo que existe de tomar de manera literal la democracia en su principio mayoritario. Si nos basamos solo en este criterio, todo es válido si la mayoría lo determina. En nombre de esa premisa se pueden cometer desaciertos, injusticia y hasta violaciones a derechos. Por eso, ambos autores liberales, pusieron énfasis en que en democracia siempre debe evitarse que la mayoría, por el hecho de serlo, pretenda suprimir u oprimir a las voces minoritarias. A esta circunstancia le denominaron “dictadura de la mayoría”, una locución que refiere a un escenario autoritario con fachada democrática.

Ahora que en México se convocará a la ciudadanía a tener entre sus facultades la elección de nuevas magistraturas, vale la pena recordar algunas reflexiones en torno a la preocupación de privilegiar solo el principio mayoritario de la democracia. 

Al respecto, es importante decir que los procesos electorales tiene su legitimidad cuando se atiende tanto el procedimiento como a sus resultados, eso tiene mucho que ver con el grado que la ciudadanía tenga una cultura cívica democrática, informada, conocedora del funcionamiento del sistema político, incentivada para participar en la vida pública; por otro lado, vale la pena tener presente que además del principio de la mayoría en democracia existen otros más que la refuerzan y la conciben, por ejemplo, el de la tolerancia, el principio de respeto a la minoría o el consenso como mecanismo para arribar a acuerdos.

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