Opinión| Sobre cronistas

Por Marco Antonio Adame Meza.

Qué sería de las sociedades si no se contara con la vocación de quienes, desde su redacción y su pluma, registran los acontecimientos de su gente, sus costumbres, desafíos y hazañas.

Conocemos los sucesos de dimensiones históricas, en parte porque ocurrieron, pero, sobre todo, porque alguien nos lo contó. Evidentemente que la sagacidad de Aquiles, la prudencia de Héctor y las tretas de Odiseo no tendrían resonancia en nuestra actualidad, si personas en el pasado lejano, antes incluso del desarrollo de la escritura, no hubieran tenido la voluntad de contar lo sucedido, primero desde la oralidad y después desde la graficación de símbolos. 

De igual forma, sin las narrativas escritas no tendríamos nociones del choque cultural entre los pueblos indígenas de Mesoamérica y los peninsulares españoles, ni de las alianzas que se dieron, los bloques de batalla, el papel de personajes claves o los sucesos en torno a la caída de la gran Tenochtitlan.

No tendríamos, sin estas vocaciones, el testimonio de primera mano de insurgentes independentistas, los detalles de las batallas, las decisiones políticas, las relaciones de poder entorno a la gesta de independencia y de todos los sucesos que dieron paso a la formación de una nueva nación.

Sin esas voluntades, no tendríamos claridad sobre la modernización de las ciudades en México, de los movimientos sociales, de los grandes desafíos o sucesos que nos han cambiado, como el terremoto de 1985, o los cambios en la cultura popular y los contrastes sociales. 

Entendemos entonces que la escritura y quienes escriben tienen una tarea esencial para nuestras sociedades. Al hacerlo, al contar los sucesos, van construyendo la historia misma, y está más que dicho que constituye la memoria de las sociedades; y más que entendido que el registro del pasado nos da, no solamente identidad en el presente, sino también nos permite trazar una ruta hacia el futuro.

Por eso sabemos que las sociedades ágrafas están condenadas al olvido, pero también a caminar sin rumbo. Sin orientación. 

La lista de las y los cronistas conecta a las plumas contemporáneas con las más lejanas, con cronistas antiguos como Homero y Heródoto “Padre de la Historia”, con Tácito y sus narrativas sobre Roma, con Virgilio, pero también con Fray Diego Durán o Antonio de Herrera, cronistas de la época colonial; también con Guillermo Prieto observador de la vida cotidiana del siglo XIX, Salvador Novo, Luis González y González, con Elena Poniatowska y sus crónicas sobre el movimiento estudiantil, Carlos Monsiváis que retrató la vida política y cultural del México del siglo XX, con Miguel León – Portilla cronista de la historia indígena. Y con miles más, hombres y mujeres, que han pasado por esta vida registrando lo que sus ojos y su genio intelectual les permite ver de esta realidad compleja. 

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