Por Jesús Lépez Ochoa
En mis pininos reporteriles hace unos 24 años tuve la oportunidad de recorrer con un par de colegas algunas comunidades mixtecas de Tlacoachistlahuaca.
Hicimos una caminata larga en la que pretendíamos llegar de Rancho Viejo, comunidad que el pueblo quería convertir en ese entonces (el auge del EZLN) en municipio autónomo, y llamarlo Rancho Nuevo de la Democracia, hacía Guadalupe Mano de León.
Recuerdo que nos guiaba la dirigente indígena Herlinda Tiburcio. Iban José Antonio Rivera Rosales, que era mi jefe de información en El Sol de Acapulco, y Claudio Vargas Solano, reportero gráfico.
En ese recorrido a monte cerrado me maravilló la belleza natural de la montaña. Admiré entre dos árboles la telaraña más grande, con la respectiva araña más enorme, que mis ojos han visto.
Pero lo más admirable fue la gente. Pasamos por una que otra chocita redonda perdida entre el monte. En todas ellas nos quisieron dar de comer. Una tortilla. Un poco de frijoles. Un pedazo de calabaza dulce.
Absolutamente todos los anfitriones ofrendaban el modesto plato con ambas manos como en un acto sagrado, con una hermosa sonrisa y una mirada tierna como quien le da de comer a un hijo, aun cuando éramos forasteros.
En una de ellas me sentí impotente. Una nena ardía en fiebre. Se la bajaban con fomentos de agua. No llevábamos medicinas que compartirles, ni un vehículo en el que la pudiéramos llevar a la cabecera municipal para que la atendiera un médico.
En esa humilde choza tampoco faltó el ofrecimiento de medio huevo duro con salsa, una tortilla y un vaso con agua para los viajeros. Pese a la tragedia de salud, la sonrisa maravillosa y la mirada amorosa también fueron incluidas.
No pude evitar preguntar a mis colegas: Si pasáramos por el fraccionamiento Las Brisas, Joyas de Brisamar, o tocara a la puerta de cualquier rico y nos vieran cansados y hambrientos, ¿también nos darían de comer y beber con ese gusto que lo hacen estas personas?
-¡Le llamarían a la policía!, expresó Claudio, si mal no recuerdo.
-Por eso Jesúcristo dijo que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que el rico vaya al cielo, creo haberle respondido.
¿Qué me hace recordar esta anécdota casi dos décadas y media después mientras monitoreo las redes sociales como parte de mi “homework” de editor de mi medio digital enterado.mx en medio de un aislamiento social voluntario del que espero salvarme del coronavirus sin morir de hambre? Un par de fotos.
La primera es de unos humildes vendedores de pan del mercado Baltazar R. Leyva Mancilla de Chilpancingo que con conmovedora generosidad dedican uno de sus canastos exclusivamente para unas bolsas con teleras y una cartulina donde escribieron: “Si necesitas una bolsa de telera llévatela gratis”.
La segunda es de un pequeño letrero en acrílico colocado sobre el escritorio de un módulo de Banco Azteca dentro de una tienda Chedrahui.
En éste la institución financiera del prominente empresario Ricardo Salinas Pliego, quien según Forbes junto con Carlos Slim y German Larrea poseen las mayores fortunas de México, “invita” a sus clientes que sobra decir que piden crédito en abonos chiquitos aunque sea con intereses enormes porque son la gente más pobre del país, a que adelanten pagos para que conserven su estatus de pagadores puntuales aun cuando su empresa deba cerrar un tiempo durante la contingencia.
Su fortuna, cuyos principales negocios iniciaron en el periodo de Carlos Salinas de Gortari, cerró en 2019 con 11 mil 100 millones de dólares y contando, ya que es beneficiario del actual gobierno de Andrés Manuel López Obrador al cual realiza la dispersión del dinero de los programas sociales para la gente pobre… a través de Banco Azteca, precisamente.
Un multimillonario que se enriquece con los pobres y no está dispuesto a darles prórroga ni por emergencia sanitaria. Hay quienes viven en la miseria y quienes son miserables.
El presidente Andrés Manuel López Obrador debería reconsiderar no beneficiarlo en nada con la dispersión del dinero para la gente vulnerable. Es como meter a un tiburón en una alberca con peces.
No es lo mismo vivir en la miseria, que ser miserable.
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