Opinión| 2024


Por Celestino Cesáreo Guzmán

Éste es un año que definirá el rumbo que seguirá el país en los próximos decenios, en la vida pública de México.
Porque los mexicanos iremos a votar y con ello el país tomará ruta que verán las próximas generaciones.
Entre los factores que motivan a los electores sin duda está la valoración que se haga del trabajo y resultados del gobierno federal.
Porque la próxima elección será también un referéndum sobre el actual gobierno. Su candidata presidencial no da lugar a dudas: ofrece continuidad y defender el legado de su líder.
Si bien es cierto se ha dado una especial atención a fortalecer los programas sociales, también lo es que hemos retrocedido en renglones fundamentales como salud, educación, seguridad pública, desarrollo en el campo, y PEMEX sigue siendo improductiva y la corrupción la ronda.
El incremento que se ha hecho a las pensiones de los adultos mayores, se difumina ante el costo de la atención a la salud y medicamentos, así como la espiral de inflación que todo encarece. Este es un círculo vicioso. Y no habrá dinero que alcance.

En el presente sexenio, la 4T se ha empeñado en dar marcha atrás a los avances en derechos humanos, transparencia, justicia, educación, salud y normalidad democrática.
Se le quiere dar una visión unilateral, impregnada de autoritarismo, opacidad y descalificaciones a algo que fue hecho en años y desde lo plural.
Seis años más en esta ruta, y se consolidaría la visión autoritaria.
Por su parte, la oposición, aún no encuentra la forma de despertar la conciencia de amplios sectores de la clase media; mientras no veamos a Xóchitl Gálvez en medio de la mejor estrategia de comunicación política. Esto no pasará.
Por ahora vemos a una precandidata acartonada, atrapada en la inercia de los partidos y no da señales del México que ofrecerá para convencer a la mayoría.
Amplios sectores reprueban al actual gobierno pero tampoco le apuestan volver al ominoso pasado. El camino debe ser todo nuevo.
Las campañas funcionan bajo la lógica de un campo de batalla, donde las estrategias intentan mover las emociones de los electores.
Bajo esa lógica, vemos en estas semanas que hay en los spots de precampaña, una lucha por ganar credibilidad.
¿Quién dice la verdad, quién miente?, ¿quién ofrece espejitos y carece de propuestas?, ¿quién tiene el mejor perfil?, ¿quién representa la mejor opción?,
¿a quién debemos creerle?
En lo personal, creo que gran parte del electorado ya ha tomado su decisión, basados en los hechos de su vida cotidiana. Quienes reciben los apoyos directos, al rededor de 15 millones ya decidieron.
El resto aún lo está pensando, si les fue bien o mal en lo económico, en la salud, en seguridad. Si lograron sus metas y planes durante este periodo de gobierno, será otro factor decisivo.
Por lo que toca al factor que representa un presidente que dividió al país, que lo exasperó, pero que atendió de manera directa a los que menos tienen, será una ecuación de sumas y restas con un resultado incierto.
Esperemos que los poderes fácticos no representen el fiel de la balanza a través de la intimidación y el exterminio de candidatos.
El país no puede, no debe seguir a merced de quienes lo desangran, lo saquean todos los días.
Se necesita valor para cambiar muchas cosas en el país. Y como en toda elección, la disyuntiva de la continuidad o el cambio la definirá el ciudadano en la soledad de las urnas.

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